COLUMNA

LA PERSISTENCIA DEL MITO: DESDE EL LOGOS HASTA LOS MASS MEDIA

por Arian Rodríguez Benítez

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Afirmar que el tránsito del mito al logos marca el inicio de esa forma de racionalidad que constituye el ejercicio del filosofar es usual en los textos de filosofía. Con el auge del movimiento ilustrado y su confianza ciega en el progreso parecía que la existencia del mito pertenecía a un pasado arcaico, religioso e irremediablemente superado, pero existe evidencia que indica lo contrario. Sobre la esencia del mito y su permanencia en el presente. 

El mito existe intrínsicamente atado al logos. En un principio, incluso determinaba un tipo de discurso bastante parecido. Sin embargo, el desarrollo de la palabra escrita en las polis griegas comienza a marcar el divorcio entre ambos términos. Vernant (2003), por ejemplo, acota la diferenciación progresiva entre ambos. El principal difusor del mito es el rapsoda quien, con su dominio de la palabra hablada, busca generar un sentimiento en el espectador, una suerte de empatía. La palabra escrita, en su ropaje de lenguaje filosófico, busca un lenguaje frio, distanciado y racional, que se aleja (o al menos lo intenta) de toda emoción.

Efectivamente, existe un gran tramo entre el “Ser en cuanto ser” de Parménides y las escapadas infieles de Zeus. El mito, en tanto explicación irracional de los fenómenos humanos y naturales que rodean al hombre antiguo, obtiene su fuente de conocimiento en la vida diaria, es la primera forma de episteme, y el primer intento de dar unidad y coherencia al mundo. La filosofía, por su parte, exige al lector un entrenamiento en la facultad de razonar, no persuade con el sentimiento, sino con retórica y erística. Ante un argumento antepone otro, pero nunca una vivencia sentida.

Por esto Aristóteles gramatiza su lógica, y ontologiza su gramática. Al hacer un inventario de las categorías, no hace más “que reencontrar las categorías fundamentales de la lengua en la que piensa» (Vernant, 2003, p. 184). O sea, que el propio filosofar se encuentra atado en Grecia al desarrollo del lenguaje escrito. Categoría, etimológicamente, significa “de lo que se habla en el mercado”, o como aprendí de un gran profesor “de lo que se habla del ser en el ágora”. Véase entonces que el escenario central de difusión del mito, el mercado, en centro neurálgico de la polis, va a ser invadido por un nuevo tipo de reflexión racional desde la filosofía.

Pero esa batalla no estaba, ni por mucho, perdida para el mito. Pues pervive en la mente de los filósofos, y no impide que Platón especule sobre la Atlántida, ni que Aristóteles sacrifique toros a Zeus. La emergencia del cristianismo en occidente tampoco permitió el olvido, de ahí que el medioevo constituya un inagotable acervo de mitos y leyendas. Con la modernidad, y el método experimental, comienza formalmente un período de declive para el mito en la filosofía. Existen, a mi parecer, dos golpes críticos al mito: la ilustración y el positivismo. La primera busca despejar el “oscurantismo” medieval de la vida cotidiana. Con el “atrévete a saber” kantiano, no existe esfera de la realidad que no pueda ser penetrada por la razón. El positivismo, por su parte, centra la ciencia en el dato, despejando así cualquier prejuicio u opinión en el ejercicio científico. Ambas, como se sabe, fracasan en su empeño estrepitosamente. El mito vive, y penetra cada aspecto de lo real. Por razones de extensión solo puedo brindar algunos ejemplos.

Uno de los ejemplos más interesantes del descenso al mito en la contemporaneidad es Freud. Neuropatólogo de formación, siempre intentó mantener atado el psicoanálisis a las normas del rigor científico. Pero hacia 1920 brota de su sistema la “pulsión de muerte”. La teoría de las pulsiones, que con sinceridad considera como la “mitología” de su teoría (Freud, 1986, p. 88), condiciona todo el acontecer psíquico a una tendencia inherente de la vida orgánica a volver a la quietud inorgánica inicial, en palabras simples, a volver a la muerte. La belleza del psicoanálisis es que Freud “traiciona” la racionalidad desde la emergencia de un componente mítico, irracional, de ese matiz filosófico que tanto odiaba. Porque si bien el pensamiento científico se construye como ilustrado, esta permeado como ninguno por el mito. De ahí que brote una suerte de teología laica del Big Bang, del cual la física puede decir poco más que el hecho de que constituye una singularidad. ¿Acaso no es la emergencia del caos profundo en los mitos griegos, una suerte de singularidad semejante? La diferencia estriba, claro está, en que lo desconocido es un límite a ser penetrado por la ciencia, pero el conocimiento mitológico tiende a dar una respuesta y mantenerla acríticamente.

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Antes hablaba del “progreso” ilustrado. No existe nada más mitológico que aquello que Benjamin llamaba “tren del progreso”. Aún suelen aparecer marxistas que precognizan el fin del capitalismo, como si de un hecho necesario se tratara. La mayoría de los países capitalista-divergentes, han comprendido que la lucha es más compleja, y que les esperan muchos años de coexistencia pacífica o no pacífica. El progreso, además, venía con un supuesto triunfo de la razón. Fueron los artistas los que, a finales de siglo XIX, comenzaron a dudar en ese ideal, y desde el irracionalismo comenzaron a buscar una expresión de lo real utilizando técnicas y enfoques vanguardistas. El horror del holocausto y las bombas nucleares terminaron por convencer a los filósofos, que siguieron caminos existencialistas y senderos racionalmente irracionales.

También el ejercicio contemporáneo de la gobernación genera una clase de políticos que se envuelven en una “aureola mítica” (López Saco, 2013, p. 179). Nunca, antes el mito del hombre fuerte, que libera al pueblo del comunismo, se ha explotado más en América y el resto del mundo. Los líderes a lo Trump y Bolsonaro, se construyen como hombres fuertes y viriles, aunque sea lo contrario. Pues la magia del mito es que puede convertir a un septuagenario obeso como Donald Trump en un “macho alfa”, confirmando la existencia moderna del “héroe de las mil caras” de Joseph Campbell.

Si tomamos en cuenta su permanencia en la actualidad. Podemos concluir que el mito forma parte de la urdimbre de lo humano, y que, junto a un discurso racional, argumentativo, permite apelar a los sentimientos, a mover a las masas desde la emoción. Nada como la propaganda del fascismo puede argumentar mejor este hecho. Si el mito apela a los sentimientos, a la sensación, los medios de difusión masiva se convierten en el principal rapsoda contemporáneo. De ahí que la única regularidad que podemos aventurar sobre el mito actual es que está configurado, mediado en su totalidad, por los mass media, los constructores de sentido del mundo presente.

Si la emergencia del logos constituyó en Grecia una revolución epistemológica sin parangón, la permanencia del mito nos confirma eso que dije al principio: en filosofía no existen temas superados, todos persisten en el presente alcanzando dimensiones más complejas. Si el rayo ha dejado ya de pertenecer a Zeus, y el origen del hombre tiene ya una explicación biológica; el mito a sustituido al rayo por la antimateria, y al origen del hombre por el Big Bang; pero pervive latente, como parte viva de ese peculiar ejercicio de ser humano.

Referencias:

  • Freud, S. (1986). Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, y otras obras (1932-1936) (Vol. 22). Amorrortu.
  • López Saco, J. (2013). Resabios míticos presentes: El poder de las nuevas mitologías. Presente y Pasado. Revista de Historia, 18(34), 177-188.
  • Vernant, J. P. (2003). Mito y sociedad en la grecia antigua. Siglo XXI.
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