Lógica de la intensidad

Aunque el concepto de intensidad expresa resistencia a toda lógica y todo cálculo, hay una lógica de la intensidad.

COLUMNA

Lógica de la intensidad

Tristan García

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Aunque el concepto de intensidad expresa resistencia a toda lógica y todo cálculo, hay una lógica de la intensidad. Esta lógica explica cómo y por qué un organismo vivo o una colectividad, que se confían a la búsqueda de lo intenso en cuanto principio exclusivo de sus acciones, se ven involucrados en un proceso que se les escapa y que no tiene otra salida que esa devastadora paradoja para la ética moderna: el triunfo de lo intenso en todo es indicio de su próxima derrota, porque su afirmación por el pensamiento produce a la larga su negación. Paradójicamente, por tanto, cuanta más intensidad gana nuestro sentimiento, tanta más intensidad pierde. Y nosotros nos vemos condenados a sentir cómo se histeriza antes de que se anule. Es el mismo drama que se desarrolla en el teatro íntimo de cada individuo, que se siente amenazado por el cansancio y el colapso interno, y sobre el gran escenario de la cultura, donde los espíritus modernos asisten impotentes a la disminución tendencial de los valores de la gran promesa eléctrica del siglo XVIII.

Esa lógica paradójica de la intensidad no depende de nuestra razón, sino de nuestro sentimiento de estar vivos. Quizá hizo su aparición en filosofía con ocasión del empirismo inglés: un sistema de degradación, de pérdida de vivacidad de nuestras impresiones, y a causa de nuestras ideas, cuya primera luminosidad languidece a medida que nuestro aparato perceptivo las identifica y reidentifica. Es el destino de todo ser sensible: el principio mismo de la habituación despierta en todo lo que vive una lenta erosión de la emoción. Porque la vida, en el momento en que se manifiesta en organismos que sienten y conocen, supone experiencia. Y la experiencia supone repetición. Y la repetición afecta necesariamente al coeficiente de intensidad de todo lo que es percibido.
 
Este el primer principio de la vida en cuanto es pensada y del pensamiento en cuanto este es vivido. Puesto que un ser vivo es llevado a percibir, a recordar y a identificar, somete las intensidades violentas que lo atraviesan a una especie de desgaste inevitable que ataca y corroe lo más vivo del sentimiento: toda experiencia viva, en la medida en que es pensada, ve decaer su intensidad.
 
Por esta razón, nunca sometemos nuestra existencia o nuestras normas sociales a la exigencia de ser «lo más intensas que sea posible» sin haberlas entregado a la lógica implacable por la que nuestro sentimiento disminuye a medida que nuestra experiencia aumenta. ¿Por qué? Volvamos a la fuente de cualquier intensidad vivida: la experiencia sensible. Como hemos visto, toda intensidad, para poder ser sostenida, debe ser experimentada.

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Vivir es mantener intensidades en este sentido preciso: las intensidades (las ondas, por ejemplo) existen por sí mismas en el universo inorgánico, pero solo se transmiten a los vivos a condición de ser experimentadas y observadas. Percibir un color o un sonido es transformar la intensidad variable (de una onda) en una cualidad sentida. Esa cualidad percibida, que existe solo por y a través del organismo que la percibe, es lo que aquí llamamos intensidad sostenida. En lugar de permanecer en el mundo objetivo como una cualidad simple, la intensidad física, por ejemplo la variación de una longitud de onda, deviene en el mundo subjetivo de las percepciones una cualidad percibida y duplicada: la cualidad de un color o de un sonido. La intensidad objetiva de la onda ha sido destacada y sentida gracias a su intensificación en la percepción. Lo que es percibido ya no es reducible al impulso eléctrico cuantificable que ha recorrido los nervios del organismo vivo, aunque la percepción provenga en un primer momento de este impulso.

En el sujeto hay una sensación de rojez, del rojo, de silencio, del silencio, de dureza, de la dureza. Una intensidad sostenida es, en cierto modo, la intensidad de una intensidad: y esto es lo que siente un sujeto vivo. Hay intensidades cuantificables que son objetos en primer grado de nuestra percepción, y está la intensidad de esas intensidades, una intensidad segunda que se debe a las cualidades asociadas a sus objetos por la percepción: el azul del cielo azul que percibo que no es solo la longitud de onda de la luz percibida, sino esa intensidad duplicada y sostenida a lo largo del tiempo por su percepción. Ahora bien, todo el drama del hombre intenso se debe a esta constatación banal: lo que sostiene una intensidad ––el pensamiento mezclado con la sensación–– es también lo que acaba anulándola.

-Fragmento de La vida intensa: Una obsesión moderna

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