COLUMNA

Determinismo y libre albedrío: la lucha por la soberanía del yo

Mateo Fierro

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Uno de los debates más importantes en la historia de la filosofía tiene en su centro a la cuestión de la libertad. El presente artículo busca presentar dos propuestas que han marcado polos completamente distintos en esta discusión: el determinismo y el libre albedrío. Se brindarán argumentos que buscan ayudar al lector a entender, a grandes rasgos, qué significado tiene cada uno. No obstante, cabe recalcar, este análisis no busca hacer justicia a los litros de tinta que se han derramado sobre el tema, sino dar una introducción llevadera sobre una de las dudas más grandes de la disciplina: ¿es posible ser libre?

Comencemos con apreciaciones simples pero fundamentales para plantar la semilla por la pregunta por la libertad. Es innegable la sensación de decisión que tiene un individuo. Es distinto lo que se siente cuando se es obligado a hacer algo que hacerlo por voluntad propia. Si en este instante sugiero al lector que suba el brazo, él probablemente se sienta con el poder de hacerlo o rechazarlo.

Sin embargo, además de esta sensación, hay otros factores a tener en cuenta. Por ejemplo, que el ser humano nace en un lugar que no elige, es criado por personas que no escoge y se ve envuelto en una cultura de la que nunca decidió formar parte. Si tratamos de ser aún más incisivos, podría mencionarse que el ser humano tampoco tuvo voz para elegir si desea existir o no en primer lugar. En pocas palabras: ninguna persona puede elegir su punto de partida.

En defensa de la sensación de decisión podría argumentarse que, a pesar de no poder decidir dónde se empieza, cualquier persona puede influenciar sobre el camino que recorre a lo largo de su vida. Esta es la propuesta de los defensores del libre albedrío, que buscan abogar por la plausibilidad de la libertad mundana y la capacidad individual para tomar decisiones. Un claro referente de esta posición fue Sartre, quien veía a la libertad como una regla vigente en la existencia de todo ser humano, independientemente de su condición. Por ende, para él la responsabilidad está fija en cada acción.

Por otro lado, podría decirse que los factores iniciales son inescapables: cada dirección que se tome fue definida con anterioridad por aquello que ya se vivió. Esta es la posición del determinismo, que busca mostrar a la libertad como un hecho imposible. Para el determinista, toda acción, emoción y razonamiento que se han generado hasta ahora y se generarán en el futuro han sido estipulado a priori por factores como la sociedad o la biología. Un ejemplo famoso del determinismo que surge a partir de factores biológico es el caso de Phineas Gage, quien cambió totalmente de personalidad después de sobrevivir a la caída de una barra de metal que atravesó y dañó severamente su cerebro. Si algo tan básico como la personalidad está sostenida por las condiciones de nuestro cerebro, ¿realmente podemos decir que estamos en posición de escoger libremente a lo largo de nuestras vidas?

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Ambas proposiciones abren un sinfín de puertas que serían imposibles de abordar aquí, pero son dignas de mención. Por ejemplo, el determinismo podría devenir en la creencia del destino y la certeza de que existe un camino ya estipulado. Sería algo que se asemeja al plan de dios, donde el final de todo está escrito en piedra y sigue lineamientos claros, aunque sin la necesidad de un ser supremo que lo haya hecho posible. El “destino” determinista podría simplemente seguir un eje mecanicista regido por las leyes de la causa y consecuencia. Así como un robot mueve su brazo a causa de su programación, el ser humano “decide” mover su brazo a causa de la programación que le han implantado su biología y sus vivencias.

Por su parte, el libre albedrío es la piedra angular de la moral. Si el ser humano puede actuar en base a sus propias decisiones, también se puede plantear qué tipo de decisiones debería tomar. Términos como el bien y el mal toman sentido gracias a la libertad, pues al igual que jamás se tildaría a un león que caza a una gacela como un asesino, jamás se podría definir como malvado a un hombre que nunca tuvo la oportunidad de elegir el camino de la bondad.

Ahora bien, el lector podría intentar buscar un punto medio entre ambas sugerencias. Por ejemplo, podría pensar que el ser humano no tiene el poder total en sus procesos de decisión, pero sí existe cierto grado de responsabilidad en sus acciones. El villano de una historieta puede tener un pasado trágico marcado por la desgracia, pero eso no justifica que busque destruir ciudad Gótica a la primera oportunidad que tiene. Sin embargo, se presenta un problema: ¿En qué punto termina el determinismo y en qué punto comienza el libre albedrío? ¿Qué acciones pueden ser explicadas por su triste pasado y cuáles no? Claramente, no existe ni existirá jamás una respuesta concreta a esta pregunta. No obstante, el que no haya una respuesta final no significa que el lector no pueda adentrarse más en este tema. Ahora queda en usted decidir qué hacer ¿o no?

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