FRAGMENTOS FILOSÓFICOS

TIEMPO LIBRE

por Edith Hall

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Aristóteles dedicó varias páginas de sus Éticas, y también de la Política, al tema del ocio, y aparece citado en todos los estudios serios de sociología, filosofía y psicología que tratan el tiempo libre, desde santo Tomás de Aquino (siglo XIII) al influyente ensayo de Josef Pieper El ocio y la vida intelectual (1948). Sus radicales ideas sobre el ocio tienen implicaciones para nuestros días, sobre todo, su insistencia en que es más importante que el trabajo y que la gente lo desperdicia si no está educada en pasatiempos constructivos. Por ejemplo, señala que Esparta, por su sistema de gobierno, nunca prosperaba en tiempos de paz y que precisamente por entrenar bien a sus hombres para el combate «los lacedemonios se mantuvieron mientras guerrearon, pero sucumbieron al alcanzar el mando, porque no sabían estar ociosos ni habían practicado ningún otro ejercicio superior al de la guerra». El aburrimiento es enemigo no solo de la paz, sino también de la felicidad.

Las opiniones de Aristóteles sobre la finalidad del ocio diferían radicalmente de las de todos sus predecesores y contemporáneos. La idea generalizada del tiempo libre en la Grecia antigua, donde la mayoría de los habitantes, fuesen libres o esclavos, trabajaban sin descanso, consistía en que era mejor dedicarlo a los placeres del cuerpo y a diversiones efímeras. Igual que en el siglo XIX, cuando el economista noruego-estadounidense Torstein Veblen acuñó los conceptos de «clase ociosa» y «consumo ostentoso», la población trabajadora de la Antigüedad envidiaba a los ricos tanto por el mucho tiempo libre que tenían como por las diversiones con que lo llenaban; para Aristóteles, la mayor parte de la gente supone que tales «pasatiempos parecen contribuir a la felicidad, porque es en ellos donde los hombres de poder pasan sus ocios». No obstante, dice Aristóteles, se trata de una creencia equivocada, porque «los hombres son perjudicados más que beneficiados por [esas diversiones], al descuidar sus cuerpos y sus bienes». En efecto, poco tienen que ver con la verdadera felicidad.

Tobias Tullius

En inglés, el término leisure («ocio, tiempo libre») procede del verbo latino licere («tener permiso, licencia»); es el tiempo en que alguien está eximido de trabajar y se le permite elegir cómo pasarlo. Esjolé, la voz griega empleada por Aristóteles, significaba originalmente el tiempo que uno podía considerar propio, o en el que podía complacerse como gustase. Con el tiempo, uno de los significados de esjolé adquirió connotaciones académicas y de él procede el latín schola («escuela»); los filósofos vieron que el ocio era (entre otras cosas) condición previa de la actividad intelectual en cuanto fin en sí misma. Con todo, el ambicioso concepto de ocio en Aristóteles abarca mucho más que el tiempo disponible para estudiar y debatir.

Por un lado, incluye el descanso necesario después del trabajo, descanso físico y recuperación, la satisfacción de los apetitos naturales del cuerpo (comida y sexo) y diversiones o entretenimientos agradables para no aburrirse; pero, por el otro, también se refiere a toda otra actividad que los seres humanos practican tras completar las duras tareas necesarias para asegurarse los medios de vida (un techo, alimentos, autodefensa). Bien empleado, insistía Aristóteles, el tiempo libre es el estado humano ideal. Hay poca gente lo bastante afortunada para hacer lo que más le gusta –realizar su potencial personal– y que le paguen por hacerlo. Esas personas se ganan la vida haciendo lo que elegirían hacer de todos modos si tuvieran ingresos propios y tiempo libre las veinticuatro horas del día. No obstante, la necesidad económica lleva a la mayoría a pasar una buena parte de su vida laboral deseando no tener que trabajar. Para el Estagirita, el trabajo y la recuperación posterior a la jornada laboral nunca son fines en sí mismos, sino únicamente el medio para practicar, en el tiempo libre, más actividades que contribuyan a realizar plenamente nuestro potencial y alcanzar la felicidad.

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Nuestra civilización vive obsesionada con el trabajo. La preferencia que daba Aristóteles al ocio planificado y constructivo por encima del trabajo y la mera relajación es contraria a la idea actual de que lo que nos define son el trabajo y la profesión. Cuando preguntamos a alguien a qué se «dedica», en realidad preguntamos cómo se gana la vida, no si en sus horas libres canta en un coro o visita castillos medievales. La idea misma de tener tiempo libre suficiente para preocuparnos por cómo usarlo bien provocaría risas burlonas entre muchos trabajadores que opinan que esa es la clase de problema en el que malgastan el tiempo los intelectuales ociosos y poco realistas que viven en una torre de marfil muy alejados de la vida práctica cotidiana. Sin embargo, Aristóteles piensa que es solo en las horas libres cuando puede realizarse plenamente el potencial humano. El objetivo del trabajo suele limitarse a mantenernos biológicamente, un fin que compartimos con otros animales; pero el objetivo del ocio puede y debería ser sostener otros aspectos de la vida que hacen que seamos humanos: el alma, la mente, nuestras relaciones personales y civiles. En consecuencia, el tiempo libre se desperdicia si no lo empleamos con un propósito determinado.

A Aristóteles le habría repugnado la idea moderna de «ética del trabajo», que, como demostró Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1905), surgió de resultas de la Reforma y la revolución industrial. La gente empezó a creer que los problemas de la pobreza y de asegurarse provisiones suficientes para sobrevivir tenían solución, pero únicamente si la sociedad se dedicaba por entero al trabajo. Es posible que un día las máquinas hagan innecesario el trabajo humano, pero solo al cabo de muchos siglos de mano de obra más que intensiva. Por consiguiente, el trabajo pasó a gozar de un estatus mucho más alto o, al menos, el trabajo orientado hacia la mayor producción posible de bienes materiales, un fenómeno con diversas ramificaciones. El trabajo dejó de ser un medio para alcanzar un fin –permitir la supervivencia– y se convirtió en un fin en sí mismo. La idea de trabajo «improductivo» en ámbitos no estrictamente necesarios para la supervivencia biológica llegó a percibirse como menos valioso que el trabajo industrial. En palabras del economista Adam Smith en La riqueza de las naciones (1776), en el «trabajo improductivo» cabe incluir no solo a los monarcas, sino también a «clérigos, abogados, médicos, todos los hombres de letras, músicos, cantantes y bailarines de ópera, etcétera». La presión para maximizar la producción significaba que las jornadas de trabajo dejaban de ser estacionales y quedaban sometidas al cronometraje con medios mecánicos. Asimismo, la jornada se volvió mucho más larga, y en el apogeo de la revolución industrial llevó a agobiar sin remedio a los residentes de Coketown, tal como los retrató Charles Dickens en Tiempos difíciles (1854), y a los horrores de las jornadas de doce horas y el trabajo infantil.

Ese mismo año, Henry Toreau publicó Walden o la vida en los bosques, libro en el que describe la vida en una sencilla cabaña de madera en el Massachusetts rural, donde tenía tiempo de sobra para leer y meditar. Toreau analiza la penuria psicológica ocasionada a la sociedad capitalista.

En la frenética búsqueda de la superabundancia de productos básicos, la humanidad ha olvidado por completo la razón y el propósito de la vida, e incluso ha comenzado a inventar nuevas necesidades para justificar la cantidad desproporcionada de tiempo dedicado al trabajo fabricando productos innecesarios. La fantasía de Toreau es profundamente aristotélica: cada pueblo de Nueva Inglaterra subvencionará un día su propio Liceo, repleto de libros, periódicos, revistas especializadas y obras de arte, e invitará a los grandes sabios del mundo a visitar e ilustrar a la población local durante sus muchas horas libres. Aristóteles habría visto con buenos ojos el acento que Toreau puso en la educación como solución al «problema» que plantea emplear constructivamente el tiempo libre. El escritor de Concord era dolorosamente consciente de que, en general, la gente no está preparada socialmente para elegir bien las actividades que practicará en su tiempo libre, aunque, en su opinión, ese tiempo es la parte más importante de la vida. Toreau llegó incluso a sostener que el buen uso del ocio en una sociedad ideal sería el objetivo principal de la educación, y su enfoque no podía ser más moderno.

-Fragmento de La senda de Aristóteles

 

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