
FRAGMENTOS FILOSÓFICOS

SÓCRATES Y PLATÓN: EL NACIMIENTO DE LA FILOSOFÍA DEL ALMA
por Benjamin Farrington
Platón y su maestro Sócrates son los dos únicos pensadores importantes oriundos de Atenas, pero ningún otro par de nombres ha alcanzado un lugar tan alto en la historia del pensamiento. Su contribución fue tan decisiva que es habitual dividir a los pensadores griegos en presocráticos y postsocráticos, y socrático en este contexto es casi sinónimo de platónico. Ello es debido a que Sócrates no legó escritos a la posteridad, siendo conocido por esta principalmente a través de los diálogos en que Platón dramatizó su personalidad y conservó su pensamiento.
Ha sido y es un tema discutido decidir si la revolución intelectual encabezada por Platón y Sócrates fue o no beneficiosa para la ciencia. Hay autores según los cuales Platón es tan gran filósofo como científico. Otros, por el contrario, consideran la influencia platónica nefasta para la ciencia y se niegan a admitir que el árbol de esta haya crecido bajo la sombra de su filosofía. La verdad se sitúa entre ambos extremos. Platón combatió la ciencia jónica con apasionado odio toda su vida; el platonismo transmitió al pensamiento medieval una concepción que fue incompatible con el crecimiento de la ciencia positiva; y cuando la ciencia renació en Europa occidental durante los siglos XVI y XVII, retomó, por encima de Platón, el estilo y los métodos de los pensadores presocráticos. Pero no podía reanudarse sin más la vieja tradición jónica sin caer en un gran anacronismo. Hay aspectos de la obra de Platón que deben ser tenidos en cuenta, algunos de tanta importancia que los logros de sus predecesores pueden calificarse con justicia de orígenes del pensamiento griego. Platón oscureció extraordinariamente algunos problemas, pero también clarificó otros de gran importancia.
Las tendencias por las que combatió Platón existían desde mucho tiempo antes en el pensamiento griego, pero se encarnaron en la persona de su maestro Sócrates, quizá el más conocido y estimado hijo de Atenas, y una de las más fuertes personalidades en la historia humana. Sócrates, que nació en 469 a. C., fue en su juventud seguidor de la tradición jónica de filosofía natural y compañero de Arquelao, continuador de la obra de Anaxágoras en Atenas. Es muy probable que él mismo fuera el centro de un grupo de investigadores interesados en la filosofía de la naturaleza y que conociese muy bien los escritos de las escuelas asiática e italiana. Pero se desilusionó de la ciencia física debido a que esta no tenía en cuenta el elemento consciente y voluntarioso del hombre que él llamó alma.
Hombre de indomable valor y reformador nato, no admitía que el espíritu activo, inquisidor y obstinado que mandaba en su corazón, y a cuyo mandato estaba dispuesto en todo momento a entregar su vida, pudiese ser explicado de manera adecuada por ninguna de las filosofías materialistas, ni tampoco creyó que esas filosofías ofrecieran una clara guía para el individuo o la sociedad acerca del recto vivir. De todas las sentencias que los filósofos naturales habían escrito, solamente una le pareció de interés. Anaxágoras había empezado su libro sobre la Naturaleza de las cosas con la siguiente frase: «Al principio todo era confusión, luego llegó la razón y la redujo al orden». En el resto de su obra Anaxágoras no mencionaba más el concepto de razón. Pero para Sócrates se había abierto un nuevo camino de investigación. No se interesó ya más en interpretar el mundo fenoménico como una sucesión de causas y efectos mecánicos. Porque, pensó, si es la razón la que ordena las cosas, entonces cada cosa debe estar ordenada para lo mejor, y la pregunta sobre las causas de las cosas debe ser una pregunta sobre qué es lo mejor. Este fue el nuevo impulso que dio a la filosofía y a la ciencia. Comenzó con la búsqueda de pruebas de un plan inteligente del universo en contraposición al reino de las leyes mecánicas.
El nuevo enfoque tuvo, naturalmente, sus antecedentes. Lo que Sócrates hubiera pedido a Anaxágoras es que si afirmó que la tierra era plana o redonda o estaba en el centro del universo, hiciese constar también que esto era así porque era lo mejor. Encontramos anteriormente algo parecido a esto entre los pitagóricos, que habían decidido que la tierra era redonda porque una esfera es la forma perfecta. Y no hay duda que al introducir la doctrina de la razón, a la que Platón iba a dar tan notable amplitud, Sócrates continuaba la tradición pitagórica. Como la doctrina de la razón o alma es la que caracteriza la obra de Sócrates, debemos esforzarnos por precisar más exactamente su originalidad.
En los poemas homéricos el alma sobrevive a la muerte del cuerpo, pero es considerada como una especie de doble indefinido del hombre real que ha muerto. La ciencia jónica heredó este punto de vista. Para ella el alma era una sustancia material como el cuerpo, aunque compuesta de una materia más sutil. Cuando se intentaba dar cualquier explicación de los fenómenos de la mente y de la conciencia se hacía en términos de mezcla física. Así, por ejemplo, Empédocles afirmaba que los cuatro elementos que había en nuestro interior reconocían los cuatro elementos del mundo exterior, y Demócrito que corrientes de átomos atraían a través de los órganos sensoriales imágenes del mundo exterior. Es cierto que los atomistas hicieron observaciones agudas acerca de la naturaleza de la sensación y de las cualidades sensibles de las cosas, llegando incluso a mantener que cualidades como el color, el calor y el sonido no existen separadas del sujeto que las percibe, sino que son efectos producidos sobre los órganos de los sentidos por el movimiento de los átomos en el vacío. Pero esto es todavía física. Ni siquiera supone el punto de partida de la psicología. El problema de la conciencia y de la percepción no fue planteado hasta que se las distinguió con claridad del contacto físico y de la mezcla.
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La noción de alma inmortal diferente, en algún sentido, al cuerpo aparece en los textos de Heráclito y Pitágoras, que pensaban que el alma estaba aprisionada dentro del cuerpo y en peligro de ser contaminada por él. Heráclito, que concebía el alma en forma de fuego, recomendaba sobriedad, basándose en que la humedad apaga el fuego sagrado.
Un alma seca —dijo— es la mejor.» Y los pitagóricos habían enseñado la doctrina de la metempsícosis o transmigración de las almas, asociada a la idea de un renacimiento más feliz para aquellas que hubiesen sido constantes en practicar el bien. Parece también evidente que en los más elevados círculos de la hermandad pitagórica se desarrolló una interesante evolución. En el mundo griego de los siglos VI y V había muchos cultos mistéricos en los cuales los iniciados sufrían ritos de purificación para preparar el alma para la vida posterior a la muerte. En estos cultos parece que predominaba el elemento emocional. Los pitagóricos concibieron la idea de que el conocimiento es una purificación, en su hermandad el estudio de las matemáticas se convirtió en una forma de iniciación del alma para la vida eterna. Hemos visto que al principio sus matemáticas eran de naturaleza semimaterial…

Según cuenta el relato platónico, Sócrates encontró en la naturaleza del conocimiento matemático un argumento en favor de la inmortalidad del alma. Los objetos del saber matemático no se derivan de los sentidos. Los triángulos y círculos que encontramos en la naturaleza sirven únicamente como señales o copias visibles de las formas ideales con que el geómetra opera. No existen en la naturaleza círculos o triángulos equiláteros o verdaderas líneas paralelas. Las figuras ideales que las matemáticas postulan en sus definiciones, y las verdades que deducen de esas definiciones, son independientes de la experiencia. Una vez que hemos comprendido las propiedades del círculo, no confirma nuestra convicción de su verdad aumentar el conocimiento de los círculos imperfectos existentes en la naturaleza. El conocimiento matemático es independiente de la experiencia y es el modelo por el que la juzgamos. Su verdad es absoluta, eterna e inmutable y las almas que conocen tales verdades (y Sócrates se encargó de demostrar que su conocimiento está latente en todas) deben haber adquirido dicho conocimiento en otro mundo, un mundo en el cual el alma estaba en contacto directo con las verdades eternas de las que este mundo solo puede mostrar imitaciones fugaces e imperfectas.
Sócrates concedió, en el terreno de la ética, una gran importancia a esta doctrina matemática de un mundo independiente de realidades suprasensibles. Este era el tema que más le apasionaba. La corrupción de la moral pública y privada en Grecia durante las guerras del Peloponeso ha sido pintada con los colores más oscuros por el historiador Tucídides. Es típico del carácter racional de la civilización griega que Sócrates no asumiera en esta situación el papel de portavoz de Dios, como es el caso de los profetas hebreos; se esforzó, por el contrario, en crear una ciencia de la ética. Su tarea fue obstaculizada por la concepción escéptica y relativista que en filosofía y moral era común entre los intelectuales. Un proverbio del sofista Protágoras ha sido generalmente considerado como expresión típica del espíritu de aquel tiempo. «El hombre es la medida de todas las cosas», afirmó, y es bastante probable que con ello quisiera negar la existencia de patrones absolutos de conducta. Otro sofista, Gorgias, puso a la cabeza de sus enseñanzas tres proposiciones inquietantes: «No hay verdad; si la hubiera, no podría ser conocida; y si pudiera ser conocida, no podría ser comunicada». La ambición de Sócrates fue poner fin a este escepticismo.
-Fragmento de Farrington, Ciencia y filosofía en la Antigüedad