FRAGMENTOS FILOSÓFICOS

Orfeo o la filosofía

por Roger Bacon

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La fábula de Orfeo (que es muy conocida, pero no le tocó en todos sus puntos un intérprete confiable) parece exponer la imagen de la filosofía universal. El personaje de Orfeo, hombre admirable y totalmente divino, experto en todas las annonías, atrayendo hacia sí y conquistando todas las cosas a través de sus suaves melodías, se aplica fácilmente a una descripción de la filosofía. Pues los trabajos de Orfeo superan en dignidad y en poder los trabajos de Hércules, del mismo modo que las obras de la sabiduría superan las obras de la fuerza.

La fábula de Orfeo parece exponer la imagen de la filosofía universal.

Orfeo, por amor a su esposa que le fue arrebatada por una muerte prematura, y confiando en su lira, se decidió a bajar a los infiernos para implorar a los Manes. Y su esperanza no fue defraudada. En efecto, cuando los Manes se calmaron y se apaciguaron gracias a la suavidad de sus cantos y de sus cadencias, tuvo tanto poder sobre ellos que le permitieron llevarse a su esposa, pero con una condición: que ella saliera tras él y que él no mirara hacia atrás antes de haber llegado al mundo superior. Pero debido a la impaciencia de su amor y de su ansiedad, precisamente eso es lo que Orfeo hizo (cuando casi ya estaba a salvo). Por eso, el acuerdo se rompió y ella fue precipitadamente arrojada de nuevo a los infiernos. Desde entonces, Orfeo, apesadumbrado y con aversión hacia las mujeres, se retiró a lugares solitarios, donde con la misma dulzura del canto y de la lira en un principio atrajo hacia sí a todo tipo de anin1ales salvajes.

Ellos, despojados de sus naturalezas, olvidándose de su ira y de su ferocidad, sin moverse inclinados por las locuras y por los estímulos del deseo, ya sin preocuparse por saciar su estómago o por mirar con avidez su presa, se colocaban a su alrededor como en un teatro, convertidas en bestias mansas y domesticadas, prestando sus oídos sólo a los acordes de su lira. Y esto no era todo. La capacidad y el poder de su música eran tan grandes que hicieron mover los bosques y las piedras mismos, para que ellos también se desplazaran y establecieran sus residencias alrededor de él de acuerdo con el orden y la disposición apropiados.

Estas cosas sucedieron durante un tiempo felizmente y con gran admiración, hasta que las mujeres tracias, excitadas por los estímulos de Baco, primero soplaron un corno que resonaba con un sonido ronco y muy fuerte. A causa del estrépito, el sonido de la música no pudo escucharse más. Entonces, desvanecida la virtud que servía como vínculo del orden y de la unión alrededor de Orfeo, comenzó a desordenarse todo: cada bestia retomó su naturaleza y se persiguieron unas a otras como antes; las piedras y los bosques no se quedaron en donde estaban. El mismo Orfeo finalmente fue descuartizado por las furiosas mujeres y esparcido por los campos. Debido al dolor por su muerte, el Helicón (río sagrado de las Musas) ocultó indignado sus aguas bajo la tierra y levantó su cabeza nuevamente en otros lugares.

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EL SIGNIFICADO DEL MITO PARECE SER EL SIGUIENTE

El canto de Orfeo parece ser doble: uno está destinado a aplacar a los Manes; el otro se dirige a atraer a las bestias y los bosques. Muy adecuadamente el primero hace referencia a la filosofía natural; mientras que el segundo se refiere a la filosofía moral y civil. Pues, por mucho, la tarea más noble de la filosofía natural es la restitución y la restauración mismas de las cosas corruptibles y (lo que es lo mismo, pero en menor grado) la conservación de los cuerpos en su estado y la retardación de su disolución y de su putrefacción.

Si esto en general puede ocurrir, en verdad no puede ejecutarse de otra manera más que mediante las debidas y exquisitas combinaciones de la naturaleza, como la armonía y las elaboradas cadencias de la lira. Sin embargo, dado que se trata de la tarea más ardua de todas, por lo general muchas veces fracasa en su ejecución, por ninguna otra razón (como es verosímil) que el celo curioso y la impaciencia inoportuna.

Por lo tanto, la filosofía, por lo general incapaz de alcanzar algo tan grande y justamente apesadumbrada por ello, se dirige hacia las cuestiones humanas e introduciendo en los ánimos de los hombres el amor a la virtud, la equidad y la paz a través de la persuasión y la elocuencia, logra que las asambleas de los pueblos estén unidas, acepten los yugos de las leyes, se sometan a la autoridad y olviden sus inclinaciones indómitas, mientras escuchan y obedecen los preceptos y las instrucciones.

De ahí que poco después se construyen edificios, se fundan ciudades y se plantan árboles en los campos y los jardines; como, por ejemplo, no sin razón, se dijo que las piedras y los bosques son convocados y trasladados. Pero esta preocupación por las cuestiones civiles se ubica en el debido orden, luego de que celosamente se hiciera el experimento de restituir un cuerpo mortal, experimento que se frustró en el último momento. Ya que, cuando se impone con mayor evidencia, la necesidad inevitable de la muerte infunde en los hombres el coraje para buscar la eternidad en los méritos y en la reputación. Además, en la fábula se agrega prudentemente que Orfeo sentía aversión por las mujeres y el matrimonio, ya que cuando los hombres se conforman con alcanzar la inmortalidad a través de su descendencia y no de sus obras, los encantos del matrimonio y el amor de los hijos por lo general los alejan de los grandes y elevados servicios a la república.

En verdad, las mismas obras de la sabiduría, aunque sobresalen entre las cosas humanas, sin embargo se clausuran en ciertos periodos. En efecto, sucede que, después de que los reinos y las repúblicas florecieron durante un tiempo, inmediatamente se producen perturbaciones, sediciones y guerras. En medio de su estrépito, primero se callan las leyes, los hombres retornan a las depravaciones de su naturaleza, y también se observa desolación en los campos y las ciudades. No mucho después (si continúa este tipo de locuras) las letras y la filosofía seguramente también son descuartizadas, tanto que sólo algunos de sus fragmentos se encuentran en unos pocos lugares, como vestigios de un naufragiofill. Sobrevienen entonces tiempos de barbarie y las aguas del Helicón se sumergen bajo tierra hasta que, de acuerdo con la debida vicisitud de las cosas, brotan y emergen, quizá no en los mismos lugares sino en otras naciones.

-Bacon, La sabiduría de los sabios, cap. XI.

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