
ENTREVISTA

FILOSOFÍA RADICAL: LA ESCUELA DE FRANKFURT
Participantes: Herbert Marcuse, Heinz Lubasz, Alfred Schmidt, Karl Popper, Ralf Dahrendorf y Rudi Dutschke.
Lubasz.—La Escuela de Frankfurt estuvo integrada por un puñado de intelectuales marxistas que hicieron de la negación, de la negatividad, su principio supremo de pensamiento. Negación en el sentido de oposición, rechazo, recusación, crítica. Y, sin embargo, esta negatividad había de tener, paradójicamente, resultados enormemente positivos. En el punto culminante de la Guerra Fría, en los años 1950 y primeros 1960, la Escuela de Frankfurt mantuvo posiciones tanto filosóficas como políticas siguiendo dos líneas de enfrentamiento. Su oposición y su crítica se dirigían tanto al orden establecido en Occidente como a la contrapartida establecida a ese orden. De esta forma, contribuyó a la formación de una Nueva Izquierda que no tenía nada en común ni con el capitalismo burgués ni con el socialismo bolchevique. Al mismo tiempo, entró en controversia con lo que, desde el punto de vista de la Escuela de Frankfurt, constituían las filosofías oficiales y oficiosas de ambos órdenes establecidos: con el positivismo occidental y con el marxismo ortodoxo. El ataque en este frente más bien académico tuvo igualmente consecuencias. En las universidades tanto alemanas como americanas, las ciencias sociales experimentaron nuevos impulsos que, si bien no fueron equiparables en cuanto a la formación de escuela, sí que dieron lugar a una conceptualización de importancia: una ciencia social crítica sobre el terreno de la Teoría Crítica. Acerca de las fijaciones de objetivos de la Teoría Crítica hablaremos de inmediato.
La Escuela de Frankfurt estuvo integrada por un puñado de intelectuales marxistas que hicieron de la negación, de la negatividad, su principio supremo de pensamiento. Negación en el sentido de oposición, rechazo, recusación, crítica.
Para poder dar una imagen de la Escuela de Frankfurt, me he dirigido a una serie de personas cuyas tomas de posición prometen ser de interés. En primer lugar, visité en California a Herbert Marcuse, quien con Leo Löwenthal es el único miembro superviviente del «círculo interno» de la Escuela de Frankfurt. Figura en segundo término Alfred Schmidt, actualmente profesor de filosofía en la Universidad de Frankfurt, quien estudió y colaboró estrechamente con Max Horkheimer y Theodor W. Adorno. Hoy es el administrador del legado literario de Horkheimer. Para determinar qué importancia tuvo la Escuela de Frankfurt para el movimiento estudiantil alemán de izquierda de los años 1960, busqué e interrogué a Rudi Dutschke, hoy residente en Dinamarca. Pero, como también quería presentar posiciones críticas, escuché lo que el sociólogo Ralf Dahrendorf tenía que decir sobre nuestro tema y grabé una declaración del filósofo Karl Popper.
¿Qué fue la Escuela de Frankfurt y cómo empezó? Comenzó como parte del Institut für Sozialforschung, fundado en el año 1922 por iniciativa de Félix Weil, un joven y rico científico judío con fuertes vinculaciones con el radicalismo marxista. Desde sus comienzos, el Institut estuvo estrechamente ligado a la Universidad de Frankfurt. En la época de su primer director, Carl Grünberg, se dedicó a la recogida de datos empíricos sobre el movimiento obrero, a la investigación de la teoría marxiana y a la publicación de estudios sobre problemas sociales. Mientras existieron las organizaciones del movimiento obrero, la teoría marxista parecía importante, rica en consecuencias y ligada a la praxis.

En aquella época y también después, pertenecían al Institut o en todo caso trabajaban en estrecha relación con él toda una serie de estudiosos: Karl Wittfogel, Franz L. Neumann, Erich Fromm, Franz Borkenau, Walter Benjamín, por mencionar sólo a unos pocos. En la época de su segundo director, el filósofo Max Horkheimer, la situación cambió drásticamente: en 1930, cuando Horkheimer se hizo cargo de la dirección, se alteraron las estructuras democráticas de la República de Weimar; se formó el gabinete de personalidades del canciller Brüning, mientras los nacionalsocialistas avanzaban convirtiéndose en un poderoso movimiento en la política alemana. Cuatro años después, tras la toma del poder por los nazis, estaba claro que la clase obrera y sus partidos no habían conseguido ni imponer el socialismo en Alemania ni detener la ascensión de Hitler. Probablemente, incluso habían contribuido al éxito de Hitler. En 1934, la mayoría de los miembros y colaboradores del Institut, predominantemente judíos y/o marxistas, habían partido ya al exilio. Hacia esta época, se realizó en el Institut un estudio empírico sobre el estado de la conciencia de la clase obrera alemana.
Este estudio marca una doble despedida: por un lado, la despedida del Institut de Alemania, por otro, de la teoría marxista habitual hasta entonces. La clase obrera alemana había sido incapaz de contener a Hitler; los intelectuales se vieron motivados a pensar de nuevo o incluso a relajar sus lazos con el movimiento obrero y, tal vez, con la clase obrera en general. En consecuencia, se desplazó el centro de gravedad del Institut de la ocupación con problemas de la clase obrera al análisis del fascismo. Espero que Marcuse aporte retrospectivamente una interpretación de este hecho en su explicación de cómo se llegó al cambio en el centro de interés de la investigación.
Marcuse.—Horkheimer y luego nosotros también sabíamos ya desde los años 1920 que Alemania se encaminaba a un régimen fascista y que ni la clase obrera alemana ni nadie iba a poder contener la marea del fascismo. Por eso, lo que a primera vista podría parecer una retirada fue en verdad la expresión de una necesidad y la comprensión de esta necesidad: había que desarrollar la teoría marxista y someterla a prueba para ver si era capaz de comprender el fascismo en todas sus dimensiones y no, ciertamente, como algo meramente accidental que estaba sucediendo en Alemania, Italia, España, etcétera; había que comprender el fascismo como un estadio decisivo del capitalismo en su fase tardía.
Lubasz.—Cortadas de las actividades concretas de la clase obrera alemana, las teorías que se elaboraban en el Institut estaban expuestas al peligro de perder el contacto con los procesos históricos reales. La retrospectiva de Rudi Dutschke acerca de aquellos años pone claramente de relieve que los miembros del Institut se atuvieron enérgicamente a las tareas teoréticas. Trabajaban en un concepto de marxismo que ofreciese resistencia a las estériles y apologéticas explicaciones de la Comintern y que contuviese una alternativa a éstas.
Dutschke.—Estoy seguro de que la Escuela de Frankfurt jugó un papel histórico en la medida en que mantuvo viva la tradición de la teoría. Me refiero a la tradición de los intelectuales alemanes de izquierda y, last not least, a la tradición de las tendencias emancipatorias de la clase obrera alemana.
Lo que a primera vista podría parecer una retirada fue en verdad la expresión de una necesidad y la comprensión de esta necesidad: había que desarrollar la teoría marxista y someterla a prueba para ver si era capaz de comprender el fascismo en todas sus dimensiones y no, ciertamente, como algo meramente accidental que estaba sucediendo en Alemania, Italia, España, etcétera; había que comprender el fascismo como un estadio decisivo del capitalismo en su fase tardía.
Lubasz.—En todo caso, los años del exilio fueron años intelectualmente muy fecundos para el Institut, el cual encontró a partir de 1934 un nuevo hogar en la Columbia University de Nueva York. Entonces, comenzó en el Institut la ocupación con problemas y métodos de la investigación social empírica. ¿Cómo se llegó a ello?
Marcuse.—Esta tendencia fue definitivamente impulsada por el desplazamiento del Institut a Nueva York y tuvo su causa principal, sobre todo en Horkheimer, en el deseo de hallar una vía de enlace con las discusiones intelectuales que se sostenían en los Estados Unidos La orientación claramente empírica de la ciencia social americana inauguró e impulsó el interés por la investigación empírica.
Lubasz.—La consecuencia de esto fueron investigaciones empíricas, semiempíricas y también teoréticas de notable variedad: estudios sobre «autoridad y familia», sobre el fascismo, sobre la «personalidad autoritaria», sobre la cultura de masas y sobre toda una serie de cuestiones filosóficas. Precisamente, en aquellos años iniciaron y desarrollaron los miembros más importantes del Institut, es decir, Horkheimer, Adorno y Marcuse, su concepción central y específica: la Teoría Crítica. ¿Qué se quiere decir con el concepto de «Teoría Crítica»?
Marcuse.—Si no recuerdo mal, el concepto fue utilizado por los miembros del Institut con el objeto de examinar críticamente la teoría marxista tradicional, de investigar su trascendencia y alcance en un esfuerzo que parecía indispensable a la vista de las transformaciones estructurales del sistema capitalista. El concepto señala la ampliación del trabajo analítico de la esfera económica a la totalidad social. Éramos de la opinión de que en aquella fase del desarrollo no había una sola dimensión social, ni material ni espiritual, que no estuviese sometida a la influencia de la clase dominante y de sus estrategias políticas y culturales.
Lubasz.—¿Pero no significó esto renunciar al análisis económico?
Marcuse.—Si con esto quiere decir que los problemas más técnicos de la economía pasaron a un segundo plano, es cierto. Pero eso no significa que se abandonase el análisis de las estructuras económicas básicas. Éste pasó a ser una parte integrante del análisis de la sociedad como un todo.
Lubasz.—¿Qué es lo que distingue a este análisis de la sociedad de otras representaciones y procedimientos? A diferencia del tipo tradicional de teoría —concretamente, de la filosofía tradicional—, la Teoría Crítica insiste en la intervención activa, en la praxis social, que es ella misma un momento de la teoría, y en la interrelación esencial de todos los elementos de la realidad. Afirma la Teoría Crítica que las filosofías objetivistas son falsas porque suponen, de un lado, que los teóricos o bien el sujeto que interpreta son observadores no implicados de la realidad objetiva, que existe «fuera» del sujeto, y, de otro, porque estas filosofías interpretaban datos aislados sin la adecuada conexión con la totalidad, de la que sin embargo formaban parte. En oposición a esta visión objetivista, la Teoría Crítica reclama que la relación entre los teóricos y el mundo es activa y recíproca, con otras palabras, que se trata de una relación dialéctica. Los hombres pueden conocer la sociedad, pero también son constitutivos de la sociedad que conocen. O, por decirlo con palabras de Hegel —con quien la Escuela de Frankfurt tenía tal vez una relación más estrecha que con el propio Marx—: el hombre, en cuanto que ser social, es al mismo tiempo sujeto y objeto, conocedor y conocido. Tal unidad de sujeto y objeto constituye la totalidad del hombre y su mundo de donde se sigue que aquello que se observa, que se examina o interpreta ha de ser visto en conexión con aquella totalidad y no aisladamente.
En el marco de esta teoría, condujo la Escuela de Frankfurt la controversia con las dos corrientes principales del objetivismo contemporáneo. Primero y sobre todo, se ocupó del marxismo cientificista y dogmático de la era estaliniana. El materialismo histórico ortodoxo fue atacado porque supone la existencia de unas leyes estrictas y objetivas del desarrollo histórico y que son precisamente estas leyes objetivas las que determinan el destino de la humanidad. Simultáneamente, la Escuela de Frankfurt tomó posición contra el positivismo occidental y lo hizo, precisamente, desde una orientación muy parecida. Rechazó la tesis del positivismo científico, en particular en la sociología, acerca de la existencia de leyes estrictas y objetivas en la sociedad, en el comportamiento social y político. Pero la Teoría Crítica combatió el positivismo filosófico también porque éste niega la función activa y crítica de la razón en favor de un papel meramente pasivo y analítico. En conjunto, la crítica al objetivismo del positivismo occidental no fue de menor dureza que la dirigida al objetivismo estalinista.
Al margen de todo lo que haya podido ser la Teoría desde otros puntos de vista, lo que fue indudablemente es una poderosa protesta contra la tiranía de un cientificismo ingenuo: contra un cientificismo marxista que sometía al hombre al yugo del futuro y contra un cientificismo positivista que lo comprimía en el yugo del presente.
Pero la Teoría Crítica era algo más que una mera negación orientada a la protesta. En la perspectiva de la Escuela de Frankfurt, la teoría, en la medida en que sea crítica, transforma el mundo y, en la medida en que sea acrítica, confirma el statu quo. Si los hombres se dejan guiar por teorías acríticas y positivistas, se sustraerán, dado que tales teorías no hacen sino confirmar al mundo en su estado existente, a la posibilidad y tal vez incluso a la necesidad de transformarlo. Cuanto más, en otro sentido, Horkheimer, Adorno y Marcuse se ocupaban con problemas de la sociedad de masas, mayor era la importancia de lo que tomaban prestado de Freud, porque, así lo creo, lo que intentaban era una síntesis de Marx y Freud. ¿Es acertada esta hipótesis?
La Teoría Crítica era algo más que una mera negación orientada a la protesta. En la perspectiva de la Escuela de Frankfurt, la teoría, en la medida en que sea crítica, transforma el mundo y, en la medida en que sea acrítica, confirma el statu quo. Si los hombres se dejan guiar por teorías acríticas y positivistas, se sustraerán, dado que tales teorías no hacen sino confirmar al mundo en su estado existente, a la posibilidad y tal vez incluso a la necesidad de transformarlo.
Marcuse.—Yo debo rechazar la fórmula «Marx y Freud», que reúne a ambos. Nunca hubo tal intención, nunca se llegó a una fórmula así ni en mí ni, según me parece, en Adorno o en Horkheimer. En cualquier caso, nosotros hallamos en la teoría de Freud conceptos e hipótesis que, si así lo quiere, tenían una clara relación interna con la teoría de Marx. Fue Freud y sólo Freud quien reveló hasta qué punto los propios individuos internalizan y reproducen inconscientemente la sociedad represiva. Éste es un dato que no percibieron ni investigaron, desde luego, Marx y Engels. Hoy nos damos cuenta de que tal vez es el más importante. Pues el capitalismo contemporáneo se reproduce crecientemente a través de la internalización de sus necesidades y de sus posibilidades de satisfacción por los propios individuos que hacen de él su propia necesidad y reproducen de esta manera la sociedad que aquél oprime. Exactamente con esta idea me encontré en la obra de Freud y sobre todo debido a ella considero que la teoría freudiana es una teoría política y radical en alto grado y tiene virtualidad como tal mientras no se despotencien sus conceptos más radicales, como pueden ser los de los dos instintos fundamentales: Eros y Thanatos.

Lubasz.—Así pues, puede decirse que la Teoría Crítica tenía un claro interés en la transformación del mundo, en el establecimiento de más libertad y más autonomía o, por decirlo con palabras de Jürgen Habermas, seguramente el discípulo más brillante de la Escuela de Frankfurt: la Teoría Crítica estuvo motivada por un «interés emancipatorio». Consiguientemente, distinguió rigurosamente entre actividades materiales e intelectuales encaminadas al mantenimiento del statu quo y aquellas que ponen en cuestión la pervivencia forzosa de lo existente. Se reconoce sin dificultad que esta determinación de la relación entre teoría y praxis es una versión desleída de las ideas marxianas. Y, de hecho, en su primera fase el Institut estaba cercano a la concepción marxista de que la tarea de la teoría, de la teoría marxista, es desarrollar y agudizar la conciencia del proletariado para dar una orientación a sus acciones revolucionarias y transformadoras, mientras que la praxis proletaria confirma la teoría y la traduce en acción histórica, esto es: la confirma efectivamente cuando la traduce en praxis.
Claro, y éste es un punto extraordinariamente difícil, la política contemporánea de la Unión Soviética y la incapacidad del proletariado alemán para detener el ascenso del fascismo conmovieron la confianza de los miembros del Institut en la clase obrera y su praxis revolucionaria-transformadora. Este desvanecimiento de la confianza sumió al Institut y a la Teoría Crítica en un dilema del que en principio no había salida: pues, si ya no se puede confiar en la fuerza de transformación social de la clase obrera y si la burguesía, en cierto modo por definición, garantiza la pervivencia del sistema, entonces en una formación social integrada esencialmente por la burguesía y el proletariado no existe ya ni la más mínima posibilidad para una praxis emancipatoria, para la liberación, para la transformación social en dirección a la libertad y a la autonomía humana viva.
Sólo hay dos caminos para sustraerse a este dilema. Horkheimer y Adorno se internaron en el primero, Marcuse recorrió el segundo. Horkheimer y Adorno le volvieron la espalda a la praxis social y política, y se concentraron en la elaboración y depuración de la teoría. En el año 1947, apareció su obra común Dialéctica de la Ilustración; en 1950, regresaron a Frankfurt, reabrieron el Institut en su vieja sede y se dedicaron de nuevo a las tareas docentes, el primero como filósofo y el segundo como sociólogo.
La gran confrontación entre un pasado de mayor orientación a la praxis y el presente de la Escuela de Frankfurt, con una orientación predominantemente académica, tuvo lugar en los años 1970. La Nueva Izquierda de Alemania Occidental, que en parte había obtenido estímulos teóricos de los tempranos trabajos del Institut für Sozialforschung, supuso como algo obvio que Horkheimer, entretanto rector de la Universidad, y Adorno, codirector del Institut, mantenían todavía una posición radical. El politizado estudiantado frankfurtiano se sintió amargamente decepcionado por sus profesores y Horkheimer y Adorno se distanciaron abruptamente de la Nueva Izquierda. Se produjeron penosos incidentes. Alfred Schmidt fue testigo de aquella época en Frankfurt. ¿Qué es lo que sucedió?
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Schmidt.—Los estudiantes creían en esta situación que debían obligar a los fundadores de la Teoría Crítica a aplicar directamente y de inmediato ideas generales interpretativas de la sociedad burguesa a las condiciones que entonces existían en el ámbito universitario, lo que naturalmente era imposible. Los estudiantes no acababan de comprender el estatus de la teoría en una situación histórica dada, sencillamente pedían demasiado de ella y, por tanto, se sintieron extraordinariamente decepcionados cuando Adorno no se vio en condiciones de apoyarles. Lo que querían era una indicación directa para la praxis. Se produjeron entonces, como decía usted antes, algunos episodios poco afortunados como, por ejemplo, aquel en el que tres mujeres jóvenes —ignoro realmente si pertenecían o no a la sds [Federación de Estudiantes Socialistas de Alemania, del alemán Sozialistische Reutsche Studentenbund]— se despojaron de su ropa en el curso de una lección de Adorno mostrando sus pechos e intentando, como se decía en el argot de entonces, «ponerle nervioso». Adorno, que jamás fue un apóstol estricto de la moral, no supo salvar la situación. Él, que en los años 1950 había sido considerado como uno de los pensadores más radicales, había dejado súbitamente de estar, hasta cierto punto, de moda. Hay fases históricas en las que las acciones robustas son más apreciadas que las ideas sutiles. Fue esto lo que hizo vacilar a Adorno; por lo demás, no tenía mucho que ofrecer a una ideología del tipo Do it yourself.
Lubasz.—A partir de ese momento, la Teoría Crítica, sobre todo en Alemania, quedó como una empresa académica. De todos modos, hay que añadir de inmediato que, especialmente con los trabajos de Jürgen Habermas, sigue tratándose de una empresa académica de gran interés y de mucha importancia para las ciencias sociales. De hecho, la controversia de la Teoría Crítica con el empirismo continúa. La disputa alcanzó su punto culminante en 1961 con un intercambio directo de golpes entre Adorno y Popper que no estuvo exento de una cierta ironía. Señor Dahrendorf, ¿cómo se llegó a esta confrontación?
Dahrendorf.—En cierto sentido, soy el responsable de esa confrontación porque en aquella época era profesor en la Universidad de Tubinga e invité a Adorno y a Popper a Tubinga para que dirimiesen allí su controversia. Entonces, acabábamos precisamente de descubrir la investigación social empírica en Alemania.
Nuestra atención se había dirigido a ella en parte a causa de aquellas investigaciones empíricas que Adorno y otros habían realizado en los Estados Unidos y resultaba que entonces esa gente estaba en Frankfurt y, especialmente, Adorno, de quien se puede decir que era realmente el alma de la Escuela de Frankfurt. En Alemania, Adorno luchaba contra las ciencias sociales de orientación empírica siempre que se le ofrecía una ocasión para ello, afirmando que una ciencia social empírica era algo imposible. A mí me parecía que éste era un conflicto que había que debatir en vez de utilizarlo como arma arrojadiza y contribuir así a la formación de cliques de adeptos.
Lubasz.—Sin embargo, en la práctica se demostró que esta estrategia de solución del conflicto no tuvo éxito. No condujo ni a aproximar a la Escuela de Frankfurt al empirismo ni a moderar el desprecio que Karl Popper sentía hacia la Teoría Crítica y hacia Adorno en particular.
¿Cómo se plantea Karl Popper este disenso en la actualidad?
Popper.—Lo siento mucho, pero mi posición con respecto a la Escuela de Frankfurt es completamente negativa. Nunca he podido tomar en serio a la Escuela de Frankfurt. Desde luego que sabía que ha sido muy influyente, pero Billy Graham también lo es. Por otra parte, tampoco me siento en absoluto competente para criticar a Billy Graham. Bien, hace algunos años intervine en un debate con Adorno. En 1961 tuvo lugar un congreso en Tubinga al que fui invitado. Se me había pedido que abriese yo la discusión y se me había dicho que Adorno sería el segundo orador y respondería a mi ponencia. Con este motivo, hice un nuevo esfuerzo por leer las publicaciones de la Escuela de Frankfurt, especialmente los libros de Adorno. Llegué al resultado de que son completamente abstractos. Este género de escritos ya lo había conocido en mi época vienesa y lo había rechazado de plano. Me parece un esnobismo cultural promovido por un grupo que se autodesigna élite cultural y cuyas ideas se caracterizan por su irrelevancia social. Aquel grupo pensaba que era marxista y, de hecho, había comenzado como marxista. Consecuentemente, esta gente creía en la profecía histórica. Pero, tras la toma del poder por Hitler en Alemania, se convirtieron, como también algunos otros, en marxistas decepcionados. La verdad es que todavía entonces seguían considerando la profecía histórica como el núcleo de la teoría social, pero desconfiaban del futuro. Desconfiaban de la humanidad. Rechazaron el evangelio de salvación marxista. Pero nunca criticaron racionalmente la teoría de Marx. La llamada Teoría Crítica carece de contenidos, no ofrece ninguna crítica sistemática. Tan sólo genera quejas u oscuros gritos de Casandra acerca de los malos tiempos en que vivimos y acerca de la perversión de la cultura burguesa. Pero esta gente es ella misma un producto típico justamente de esta cultura burguesa o, dicho más exactamente, de la tradición filosófica del llamado idealismo alemán, esto es, del hegelianismo.
El propio Marx se educó en esta tradición, pero siempre la combatió con energía. En El Capital formuló respecto de ella y respecto de la dialéctica hegeliana una observación que siempre he admirado mucho. Escribe Marx: «En su forma mistificada, la dialéctica era una moda alemana». Todavía hoy es la dialéctica la moda predominante en Alemania; y lo es «en su forma mistificada». Por lo que hace a Marx, siento por él un gran respeto en cuanto que pensador y luchador por un mundo mejor, aun cuando naturalmente no estoy de acuerdo con él en muchos y decisivos puntos. Marx, desde luego, no es fácil de entender, pero siempre se esforzó por ser inteligible. Porque tenía algo que decir. Por eso quería que la gente le entendiese. Pero, por lo que hace a Adorno, no puedo ni aprobar ni desaprobar su filosofía. Aun cuando he hecho sinceros esfuerzos para comprender su filosofar, la conclusión a la que llego es que en su totalidad o casi en su totalidad ahí no hay sino retórica. Parece como si no tuviese nada que decir y emplease para ello un lenguaje hegeliano. Adorno está conscientemente contra la claridad en la expresión. En un lugar señala incluso aprobándolo que el filósofo alemán Max Scheler pedía «más oscuridad» —una referencia indirecta a las últimas palabras de Goethe, quien demandaba «más luz»—. Es difícil comprender que un marxista como Adorno pueda estar de acuerdo con la petición de «más oscuridad». No cabe duda de que Marx era favorable a la Ilustración. Sin embargo, Adorno escribió con Horkheimer un libro con el título de Dialéctica de la Ilustración en el que se intenta mostrar que la idea de la Ilustración conduce por sus contradicciones internas a la oscuridad, a una oscuridad en la que supuestamente nos encontramos sumidos hoy. En definitiva, considero —por utilizar una expresión de Raymond Aron— que los escritos de la Escuela de Frankfurt son «el opio de los intelectuales».
Lubasz.—Que sean el «opio de los intelectuales» o no vamos a dejarlo. En cualquier caso, el acento filosófico de la Teoría Crítica está fuertemente impregnado de la orientación que la teoría social alemana tenía antes de la guerra y se sitúa en la línea de la tradición del idealismo alemán.
Pero no todos los miembros del Institut volvieron a Alemania. Herbert Marcuse fue uno de los que se quedaron en los Estados Unidos, si bien sus trabajos seguían formando parte, en cuanto a sus premisas teóricas fundamentales, de la Escuela de Frankfurt. Lo que separó a Marcuse de Horkheimer y Adorno a partir de 1950 fue el hecho de que aquél reanudó la ocupación práctica con la política y la sociedad, en particular con la posibilidad de una transformación radical, cosa que para él era el problema fundamental. No es que desarrollase una posición consistente; más de una vez osciló entre el pesimismo total y un optimismo estoico. En su libro El hombre unídimensional, que apareció en 1964, ya no hay lugar para la esperanza en una praxis transformadora, radical, liberadora. Este libro dibuja la imagen de una situación en la que las personas están tan totalmente integradas en el sistema, tan profundamente manipuladas por él, que sólo están en condiciones de percibir como necesidades esenciales suyas aquellas que el sistema está fácticamente en condiciones de satisfacer: las necesidades de consumo de un sistema que se mantiene en funcionamiento a través de la producción de mercancías. Pero, en el año 1969, en su libro Ensayo sobre la liberación, Marcuse veía las cosas de manera distinta, muy distinta: los estudiantes, los hippies, los drop-outs, los negros americanos y el Tercer Mundo constituían a sus ojos, «actual o potencialmente», un poderoso potencial de liberación y de praxis para conseguir lo que la razón siempre había planteado como una necesidad. Marcuse había descubierto, o al menos así les pareció a muchos de sus lectores, un sucedáneo para una clase obrera todavía dormida. De hecho, el análisis marcusiano del potencial revolucionario —al que, siguiendo una determinada orientación de la sociología francesa, bautizó con la etiqueta de «la nueva clase obrera»— fue lo que confería a sus escritos, a los ojos de muchos jóvenes radicales, esa palpitante actualidad política que justamente se echaba a faltar en los libros de Horkheimer y Adorno.
Esta «nueva clase obrera» estaba integrada por los ingenieros, los científicos naturales y los especialistas del sistema de comunicación, es decir, por el personal de la «infraestructura tecnológica» que resulta indispensable para el funcionamiento de una sociedad tecnológicamente avanzada. Y esta «nueva clase obrera» se formaba en las escuelas y universidades de las sociedades industriales desarrolladas. Por consiguiente, podía considerarse a los estudiantes como futuros miembros de la «nueva clase obrera» o bien los propios estudiantes podían considerarse a sí mismos como tales, es decir, como parte de aquel proletariado que los marxistas habían señalado en todas las épocas como el agente real de la transformación radical.
Sobre este tema, sobre el importante papel jugado por la Escuela de Frankfurt, especialmente Marcuse, en la formación de la Nueva Izquierda en Alemania Occidental, puede decir algo Rudi Dutschke. Obviamente, no habla por la izquierda germana-occidental en su conjunto. Él y sus compañeros más cercanos contaban con una perspectiva sensiblemente singular porque se habían instalado en Berlín Occidental procedentes de la RDA.
En definitiva, considero —por utilizar una expresión de Raymond Aron— que los escritos de la Escuela de Frankfurt son «el opio de los intelectuales».
Dutschke.—El grupo al que yo pertenecía, precisamente porque procedíamos de la RDA, tenía, tras el traslado a Alemania Occidental, interés en hallar una explicación histórica de la derrota de la clase obrera en nuestro país, en la RDA.
Lubasz.—¿Piensa usted, por tanto, que la clase obrera había sufrido ya entonces en Alemania Oriental una derrota?
Dutschke.—Sí. El punto de partida de nuestro pensamiento era la derrota de la clase obrera determinada por el estalinismo. Ésta era nuestra hipótesis política fundamental. Por eso, yo mismo y otros radicales nos dedicamos entonces a estudiar a fondo la historia del movimiento obrero. En este contexto, tomábamos en consideración y reflexionábamos acerca de las discusiones llevadas a cabo por la Escuela de Frankfurt, especialmente por Herbert Marcuse, que era el único teórico político importante en los años 1970.
Lubasz.—¿Qué es lo que le interesó a usted especialmente en Marcuse?
Dutschke.—Sobre todo su libro El marxismo soviético, que fue muy valioso para nosotros para la valoración crítica de la Unión Soviética desde un punto de vista nuevo que no era ni el punto de vista del trotskismo ni de la Comintern…
Lubasz.—El libro de Marcuse sobre la Unión Soviética dejó huellas profundas en los estudiantes politizados. Se pusieron en contacto con Marcuse y le pidieron que viajase a Berlín para discutir con ellos problemas actuales. ¿Fue así exactamente?
Dutschke.—Sí. Invitamos a Marcuse porque descubrimos en su pensamiento una dimensión internacionalista, una dimensión que no existía ni en los países socialistas deformados ni en ninguno de los grupos socialistas o comunistas occidentales. Éste era el motivo por el que le invitamos para discutir acerca de las contradicciones en los países capitalistas altamente desarrollados. Hay aquí problemas fundamentales, por ejemplo, cómo este sistema consigue destruir o neutralizar todas las formas políticas de resistencia. ¿Qué posibilidades hay de superar este sistema y hallar una alternativa socialista? Era Herbert Marcuse y sólo él quien intentaba seriamente reflexionar acerca del problema de la emancipación social en la época histórica actual. Sus análisis y las conversaciones que mantuvo con nosotros en Berlín Oeste sobre Cuba, sobre China y la Unión Soviética, pero principalmente sobre los países capitalistas desarrollados prepararon el terreno para un pensamiento que desbordaba la inmediatez y el marco de un interés puramente estudiantil.
Lubasz.—Mientras los estudiantes creían en aquel entonces que formaban parte de una «nueva clase obrera» en proceso de formación y, por tanto, que eran revolucionarios potenciales en el sentido marxiano, Ralf Dahrendorf ve el movimiento bajo una luz completamente distinta. ¿Querría explicar con más detenimiento su concepción?, señor Dahrendorf.
Dahrendorf.—Creo realmente que Marcuse tuvo una gran influencia en los comienzos de un movimiento que tendía tal vez a la formación de una nueva clase: de una clase integrada por personas que trabajan predominantemente en el sector de la educación, como estudiantes o profesores, o en un sector análogo. Esta gente no vive realmente en el mundo del trabajo, habla de la clase obrera sin haber preguntado a ésta y desde luego sin el consentimiento de quienes trabajan. En la actualidad, suponen el 10, el 12 o quizá el 15% de la población en países como California y la República Federal. Son precisamente estos grupos los que resultan muy propensos a una cierta variante de socialismo utópico como el que ocasionalmente ha sido defendido por representantes de la Escuela de Frankfurt.

Lubasz.—Resulta interesante que Marcuse ya no hable hoy de los estudiantes como de un nuevo proletariado. Hoy descubre el potencial de perturbación más en el interior de la propia vieja clase obrera que en la nueva. El fenómeno probablemente más llamativo en el cambio en las posiciones de Marcuse es que no procede de un desarrollo teórico interno propio de la Teoría Crítica, sino de la praxis. El catalizador más importante del cambio de orientación marcusiano no fue tanto una nueva visión teorética como el hecho de la revuelta parisiense de mayo de 1968. Todavía en 1941, en su libro Razón y revolución, había considerado a la teoría como lugarteniente de la liberación, puesto que no existía ningún movimiento revolucionario, emancipatorio, visible. «La praxis [escribió entonces] sigue a la verdad, no al revés». Pero los acontecimientos no le dieron la razón. Nadie que hubiese leído El hombre unidimensional y que hubiese encontrado convincentes las ideas allí expresadas habría soñado que en Francia se llegaría a una confrontación. Fue la contestación práctica y la explosión de necesidades sensible de más libertad y justicia social las que refutaron a la Teoría Crítica. La Teoría Crítica y no en último término Marcuse tenía, por tanto, buenos motivos para modificar sus conceptos.
Mientras Marcuse se esforzaba con intensidad creciente por demostrar las posibilidades de una transformación radical, Horkheimer y Adorno se dedicaban cada vez más al análisis de los valores específicamente burgueses-individualistas amenazados por el ascenso de la sociedad de masas. Un ejemplo de ello es la valoración diferente que Horkheimer hacía del marxismo. Señor Schmidt, ¿puede explicar este cambio?
Schmidt.—Si Horkheimer había llegado en los últimos años de su vida a un extraordinario escepticismo por lo que hace a la posibilidad de transformaciones sociales rápidas, ello se debía a que había llegado a la convicción de que, en la era de la administración total, una transformación rápida y enérgica generaría inexorablemente la tendencia a más administración y más dominación. Él partía de que la era del individuo burgués había llegado a su término. Y, a sus ojos, la teoría de Marx era una parte importante de aquella cultura individualista que estaba condenada a la decadencia.
Lubasz.—Ésta es, me parece, una singular interpretación del marxismo, pero hace inteligible el pesimismo de Adorno y Horkheimer. Señor Dahrendorf, ¿cuál es su opinión al respecto?
Dahrendorf.—A mis ojos, Adorno era un moderno pesimista de la cultura, muy alemán en toda su orientación, muy antiindustrial y antimoderno, un soñador de un mundo incorrupto.
Lubasz.—Por el contrario, Marcuse es un optimista intransigente, siempre a la búsqueda de nuevos movimientos sociales de liberación. Su interés esencial no es seguir las huellas de profecías revolucionarias, sino las posibilidades históricas de una revolución y las necesidades humanas profundas de «una sociedad distinta». ¿Cabe formular así, a sabiendas de que abreviamos mucho, lo que constituye el objeto de su interés?
Dahrendorf: A mis ojos, Adorno era un moderno pesimista de la cultura, muy alemán en toda su orientación, muy antiindustrial y antimoderno, un soñador de un mundo incorrupto.
Marcuse.—Podemos dar por sentado, y podemos demostrarlo también muy bien, que las posibilidades de la liberación y de la libertad son hoy más realistas que nunca antes, que la revolución del siglo xx o xxi, en la medida en que se lleve a cabo, será la revolución más radical y global de la historia, que transformará a los propios hombres y que estamos obligados a formular esta alternativa y a investigar sus fundamentos reales. De todos modos, mientras la estructura del poder de este país [los Estados Unidos] y la política en que se apoya sigan siendo lo que son y como son, es decir, mientras supongan, por ejemplo, el predominio sobre una gran parte del mundo, la posibilidad de una revolución, caso de existir, será reducida. Esta estructura de poder y sus agentes estarán en todo momento en condiciones de asfixiar un impulso revolucionario.
Lubasz.—Pero no es, desde luego, tan sólo el uso planificado del poder lo que impide o evita las transformaciones revolucionarias.
Marcuse.—No. Desde aproximadamente 1968-1969 puede hablarse de una nueva fase de represión intensificada en los países capitalistas avanzados, pero no sólo en los países capitalistas, sino aún más en las regiones del Tercer Mundo. Asistimos a la racionalización de lo irracional. A los medios y posibilidades ya existentes de amordazamiento, desmoralización y control de la población, se ha añadido un nuevo elemento. Un elemento extraordinariamente relacionado con el nivel del progreso técnico, con la computarización, con el perfeccionamiento técnico de la recogida de datos y de la vigilancia.
Lubasz.—¿Puede concluirse entonces que la coexistencia de mayores posibilidades de liberación con unas tendencias represivas crecientes constituye el dato esencial de lo que usted considera como la contradicción decisiva del presente?
Marcuse.—En efecto.
Lubasz.—Antes me he referido a la Teoría Crítica como un marxismo depurado. En cierto sentido, es verdad. Pero, al mismo tiempo, es un marxismo ampliado ya que dirige su atención a fenómenos, necesidades y desarrollos que tienen que ver con la «calidad de la vida» y su realización política. Señor Dahrendorf, ¿qué juicio le merece la influencia de la Escuela de Frankfurt y la de Marcuse sobre la política alemana?
Dahrendorf.—Se trata de una contribución que en cierto modo tiene algo que ver con una observación más bien oscura de Marx en los Manuscritos de París. Marx escribía ahí que en la sociedad comunista acabada el hombre sería él mismo, que el ojo humano vería entonces por vez primera el mundo y la oreja humana oiría realmente por primera vez. Marx habla de la abolición de la división del trabajo y de un hombre que por la mañana es cazador, por la tarde pescador y por la noche se dedica a la crítica. Esta representación de un hombre que despliega todas sus capacidades me parece que se ha traducido en objetivos políticos como los de la «calidad de vida» y, en este sentido, la socialdemocracia alemana hizo suyas, en efecto, algunas ideas de Marcuse, aun cuando no la teoría que subyace a las mismas.
Lubasz.—Puede que sea demasiado pronto para trazar una prognosis acerca de en qué sentido va a ponerse de manifiesto una influencia a largo plazo de la Teoría Crítica. Pero ¿puede hablarse de una influencia a largo plazo de Marcuse? Yo estimo que lo que va a tener permanencia de él es su radicalismo antiautoritario y reflexivo. La valoración que hace Rudi Dutschke acerca de la negativa de Marcuse a dar a los jóvenes radicales indicaciones de cara a la praxis —en contraste total con el Lenin de 1902— puede considerarse algo así como un reconocimiento de la influencia de Marcuse.
Dutschke.—Marcuse no ha intentado jamás escribir un «manual» como el ¿Qué hacer? de Lenin, por poner un ejemplo; nunca se ha propuesto dar orientaciones para la acción. Eso pudimos comprenderlo bien. Él ha analizado y pensado. Nuestra tarea es encontrar respuesta a la pregunta por el «¿qué hacer?». Un elemento esencial de la emancipación social de la clase obrera consiste en que esta clase aprenda a conducir y realizar por sí misma su emancipación. No necesitamos ningún partido que piense, espere y actúe vicariamente de la clase obrera y tampoco necesitamos ningún hombre fuerte que haga esto en lugar o por medio de un partido.
Lubasz.—Quisiera resumir esta conversación intentando exponer en qué consiste, a mi juicio, la aportación real y positiva de la Escuela de Frankfurt. En la medida en que tomó una posición entre y contra los dos grandes sistemas de orden, en la medida en que se mantuvo negativa y crítica, creó y pugnó por algo que en épocas de ciega toma de partido es extraordinariamente importante: un ámbito para el pensamiento y la reflexión, para el examen de nexos, para la clarificación de los objetivos propuestos, para la crítica del orden establecido. La Teoría Crítica aparece en un mundo que está dividido en dos campos totalmente opuestos cuyos «valores supremos» sin embargo son significativamente parecidos: crecimiento industrial y eficiencia tecnológica orientados a la producción y el consumo de cada vez más mercancías. Las consecuencias de esto son la formación de la sociedad de masas y el dominio creciente de los hombres por el sistema en el que viven. La Teoría Crítica se opone al primado de la producción de mercancías, a la dominación carente de sentido, a la irracionalidad, a la manipulación, a la opresión. Al margen de todo lo que, por lo demás, pueda decirse de la Escuela de Frankfurt, una cosa parece cierta: ha sido fuente de inspiración del pensamiento político crítico de nuestro tiempo. Es un ejemplo de filosofía radical.
Quisiera resumir esta conversación intentando exponer en qué consiste, a mi juicio, la aportación real y positiva de la Escuela de Frankfurt. En la medida en que tomó una posición entre y contra los dos grandes sistemas de orden, en la medida en que se mantuvo negativa y crítica, creó y pugnó por algo que en épocas de ciega toma de partido es extraordinariamente importante: un ámbito para el pensamiento y la reflexión, para el examen de nexos, para la clarificación de los objetivos propuestos, para la crítica del orden establecido.
-Filosofía radical. Conversaciones con Marcuse. Jürgen Habermas ; Karl Popper; Ralf Dahrendorf.