FRAGMENTOS FILOSÓFICOS

Capitalismo escópico

por Eva Illouz

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La cultura de consumo ha transformado la ontología de la sexualidad en un teatro del yo, una escenificación pública y visible, mediada por objetos de consumo. Si la sexualidad burguesa era la prerrogativa del secreto de alcoba, la sexualidad actual es un componente visible del yo, regulado por un régimen escópico de consumo.

De manera similar, la femineidad es una representación visual que se sitúa en un mercado controlado por hombres, destinada a la mirada masculina y consumida por hombres. Si la sexualidad tradicional de las mujeres se intercambiaba por el dinero y el poder de los hombres, la sexualidad de las mujeres modernas se ubica en un mercado en el que la mirada masculina se apropia sin cesar del cuerpo sexualizado de las mujeres. Sin embargo, es mediante el ejercicio de la libertad que a las mujeres se les impone exhibir su sexualidad. Es en cuanto acto de poder que se las llama a convertir el valor sexual de su cuerpo en una escenificación estética , simbólica y económica. En con secuencia, si el cuerpo de las mujeres se ha sexualizado y mercantilizado de manera tan extendida, ello se debe a que la sexualización es al mismo tiempo un valor económico y simbólico: el cuerpo atractivo es el pilar fundamental de la cultura de consumo, puede retroalimentar la esfera de la producción y generar capital.

Una forma de este capital aparece en el abanico de servicios ofrecidos por las industrias en los que se requiere una apariencia «agradable «y atractiva: las recepcionistas de restaurantes, las azafatas, los agentes de relaciones públicas y otras personas que se desempeñan en puestos similares deben cumplir con el requisito de una apariencia atractiva, o bien, en otras palabras, poseer lo que Catherine Hakim ha denominado, no sin controversia, «capital erótico”. En este sentido, la sexualidad pertenece a la esfera del trabajo inmaterial, es decir, al conjunto de destrezas y competencias intangibles que aportan los actores al lugar de trabajo, y que, en algunos casos, incluso definen la posición laboral.

Tal como señala Ashley Mears, «Las empresas tienden cada vez más a buscar trabajadores dotados de la apariencia adecuada”. La importancia del atractivo para el lugar de trabajo produce una adm inistr ación del yo que se conclice con las formas de la «marca personal» [self-branding) (es decir, con la presentación autoconsciente como persona dotada de aptitudes y atractivos únicos). De hecho, «la marca personal puede verse como una forma de labor inmaterial y afectiva que emprenden deliberadamente los individuos con el fin de acumular atención, reputación y-potencialmente- ganancias”.

El yo sexual también produce valor a través de las industrias visuales (mediáticas ) que ofrecen el consumo del sexo y la sexualidad en forma de imágenes: desde la publicidad , el cine y la televisión hasta la pornografía. A contrapelo de los cuerpos femeninos que exhibió el cine hasta la década de 1950, envueltos en atuendos de moda que revelaban y velaban las partes sexuales, desde los años sesenta en adelante, la desnudez y la sexualidad se volvieron elementos comunes de la cinematografía y, poco más tarde, de la televisión. La exhibición de cuerpos en atuendos reveladores ha sido desproporcionadamente mayor y más constante en el caso de las mujeres que en el de los hombres. «En 1999, más de dos tercios de los programas televisivos nocturnos incluyeron contenidos sexuales, un guarismo que representó un aumento del 12% respecto del año anterior. Si hubo un rasgo definitorio del sexo en la década de 1990, fue la ubicuidad”.

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Podemos decir, entonces, que el consumo del cuerpo atractivo y sexual se expandió  en una medida considerable a lo largo del siglo XX, lo cual redundó en un incremento de los beneficios económicos de un amplio espectro de industrias visuales que giraban en torno a la exposición de las mujeres, pero cuyos propietarios y gerentes eran hombres en la gran mayoría de los casos. […] El atractivo físico y la sexualidad de las mujeres son mercancías fungibles. El cuerpo femenino consume una abundante panoplia de productos destinados a mejorar y moldear la apariencia, lo que, a su vez, se «invierte» en múltiples micromercados con miras a producir capital. La circulación de dinero en esos mercados se apuntala en una economía simbólica que convierte la sexualidad y el atractivo sexual en un atributo de la femineidad como mercancía real producida para la contemplación.

Un videoblog de belleza en YouTube, una película pornográfica, un empleo como representante de una empresa, un marido rico, un sugar daddy que paga el entretenimiento, un novio casual que paga las salidas: todos estos casos ejemplifican las maneras de convertir la sexualidad como imagen en una mercancía comercializable. Cabe sugerir, entonces, que la imagen del cuerpo sexual ha sido intrínseca al surgimiento de lo que denomino capitalismo escópico, un capitalismo que crea un valor económico formidable con la exhibición de los cuerpos y la sexualidad, con su transformación en imágenes que circulan en distintos mercados.

La visualidad hace del cuerpo un sitio de consumo, moldeado por objetos de consumo; lo convierte en un activo en la esfera productiva del trabajo, como imagen vendible en diversas industrias visuales; postula la sexualidad como una forma de competencia que demanda el consumo de asesoría experta; puede circular en tecnologías mediáticas a través de una economía de la reputación y -por último- puede dotar a los actores de una posición elevada en el campo sexual. En el capitalismo escópico (o visual), el «porte » [the look] es una forma de inversión en la propia persona que circula por redes de dinero y sexualidad.

En esta cadena consumista y sexual, lo económico y lo sexual se constituyen mutuamente sin solución de continuidad, con la sexualidad como punto de incesante circulación monetaria. Este tipo de capitalismo puede describirse literalmente como una red de mercados diversos que se intersectan en el cuerpo sexual y en el intercambio sexual. Esta intersección produce mercados escópicos donde el valor se crea valuando imágenes de cuerpos sexuales destinados al consumo visual en mercados económicos y sexuales. Una cadena ininterrumpida que convierte íconos de belleza y objetos de consumo en cuerpos sexualmente atractivos se alimenta y retroalimenta en la economía mediante la conversión del cuerpo atractivo en una fuente de valor. La mirada es un instrumento esencial para la extracción de esta plusvalía estética y visual.

El régimen escópico se ha magnificado e intensificado con el advenimiento de los sitios web de citas y de las redes sociales, donde los agentes pueden presentar un yo atractivo e idealizado que circula ampliamente por una diversidad de plataformas visuales. Estas plataformas formalizan la mercantilización de los cuerpos y los encuentros sexuales. La teoría feminista ha arrojado una luz crucial sobre el trabajo no remunerado de las mujeres en la formación y el mantenimiento del motor capitalista dentro de la familia.

El régimen escópico se ha magnificado e intensificado con el advenimiento de los sitios web de citas y de las redes sociales, donde los agentes pueden presentar un yo atractivo e idealizado que circula ampliamente por una diversidad de plataformas visuales

El capitalismo de consumo usa a las mujeres de una manera diferente, basada en el trabajo performativo de producir un cuerpo sexualmente atractivo. En la sociedad civil del capitalismo industrial, los hombres demandaban que el cuerpo de las mujeres se vendiera «solo» por las vías del matrimonio y la prostitución. El capitalismo de consumo ha modificado esta situación. En la estructura económica y social que organiza la sexualidad, el cuerpo femenino ya no está regulado por la familia y ha atravesado un proceso generalizado de mercantilización que lo hace circular en mercados que son al mismo tiempo económicos y sexuales, sexuales y matrimoniales.

Esta apropiación del cuerpo femenino sexualizado constituye una expropiación de valor en el sentido marxiano: una clase -los hombres- extrae valor del cuerpo perteneciente a otra clase -las mujeres-. Ello explica, a su vez; un rasgo paradójico en la existencia social de las mujeres contemporáneas: mientras que el feminismo incrementó su fortaleza y su legitimidad, las mujeres fueron reasignadas a relaciones de dominación económica a través del cuerpo sexual.

-Illouz, El fin del amor. Una sociología de las relaciones negativas.

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